El Campo De Refugiados De Zaatari: Infraestuctura Y Supervivencia

Infraestructura

La infraestructura en el campo de Zaatari es un gran determinante de la seguridad y protección de las personas refugiadas. Mientras que un porcentaje elevado de estos declara sentirse seguro en el campo en términos generales, estas cifras varían enormemente cuando consideramos espacios concretos del campo.

Esta infraestructura se relaciona en gran medida con la movilidad y habitabilidad de las personas refugiadas, así como la provisión de servicios. Analizamos entonces tanto la infraestructura relacionada con los servicios que se proveen en los espacios comunes del campo como los espacios que se relacionan más con la privacidad de las refugiadas. Los espacios comunes están referidos a la infraestructura de agua, saneamiento e higiene (duchas y letrinas), cocinas comunitarias y escuelas. Los segundos se refieren a las viviendas, que deberían crear espacios donde se respete la intimidad y privacidad de las personas refugiadas.

Los motivos de temor dentro del campo se basan en la falta de luz, en la presencia de hombres que merodean los baños y duchas, la escasez de higiene en las instalaciones y los rumores. Esto causa que muchas mujeres se vean forzadas a desarrollar estrategias para aumentar su seguridad, como limitar el uso de las letrinas y duchas o salir únicamente durante el día. Muchas familias construyen sus propias letrinas y duchas en busca de su seguridad y para esto sustraen materiales de los prefabricados, lo que termina afectando al estado general de los espacios comunes. Como consecuencia del robo de materiales de los prefabricados, la inseguridad y el miedo de las mujeres aumenta cuando van al baño y a las duchas, ya que se encuentran instalaciones sin puertas ni candados. Esto ha provocado que las mujeres formen grupos para ir a las duchas y letrinas y no salgan durante la noche.

Asimismo, la apropiación del suministro eléctrico por parte de algunas personas mediante conexiones ilegales deja sin el mismo a otras zonas del campo, promoviendo espacios de inseguridad para las mujeres que se encuentren en las calles en horas nocturnas. Estas viviendas prefabricadas cuentan con un suministro durante máximo doce horas al día obtenido de una planta de generación eléctrica solar fotovoltaica construida a las afueras del campo mayormente financiada por el Banco de Desarrollo KfW con fondos del gobierno federal alemán, que otorgó 15 millones de euros al proyecto.

Los contenedores de gas de las cocinas comunitarias también son robados en ocasiones para construir espacios de cocina en las residencias. Esto sumado a la falta de iluminación tanto dentro como en los espacios exteriores de la cocina, causan inseguridad entre los refugiados y limitan el uso de estas instalaciones. El hecho de que las cocinas comunitarias estén cerradas desde la tarde hasta el amanecer puede ser un incentivo para que los refugiados construyan sus propias cocinas con material comunitario.

Las mujeres en los campos de refugiados se ven intimidadas por la cantidad de ventanas que tienen en sus tiendas, ya que reducen su privacidad y aumentan la inseguridad, sobretodo si carecen de barras. Además, las condiciones de vida son generadoras de ansiedad debido a la escasa privacidad que poseen las mujeres en ellas, ya que todos los familiares conviven en la misma habitación, pudiendo llegar a convivir 23 personas en el mismo espacio ocupado por futones.

Debido a la poca privacidad de la que gozan los padres en casa, es común ver a niños y niñas fuera de ella sin supervisión, perdiendo los progenitores el control sobre muchos aspectos de su educación que más tarde conllevan a situaciones tensas e incluso de violencia por parte de los padres para que estos obedezcan.

Por otro lado, es conveniente analizar la distribución propia del campo de Zaatari. Un mapa de esta distribución puede verse en el Anexo 2. En él queda patente la mala distribución de muchos servicios básicos como son los centros de salud, los colegios y guarderías, los puntos de agua o los centros de distribución de alimentos, los cuales están situados mayormente en los distritos tres, cuatro y cinco. Por ejemplo, aquellas personas que habitan en los distrito dos o seis del campo no disponen de estos servicios en su proximidad, por lo que si desean gozar de alguno de ellos, requieren de largos desplazamientos dentro del campo. En la literatura se encuentra que es muy común encontrar situaciones de acoso o maltrato tanto verbal como físico o psicológico a las niñas en las calles, siendo este más probable en los largos caminos que tienen que recorrer, solas en muchas ocasiones, para ir a los colegios. Esta situación también se ve agravada para las mujeres que necesiten de agua o un servicio sanitario, especialmente en horario nocturno, debido a la situación de vulnerabilidad que estas sufren por la falta de suministro eléctrico en las calles, de la cual se habló previamente.

En Siria, así como los hombres y niños sí jugaban en las calles, las niñas no. Esta situación ha cambiado en el campo de Zaatari para muchas de ellas, a las que el equipo nacional de fútbol de Jordania enseñó a jugar a las niñas, que cuentan con campos exclusivos para ellas que garantizan su seguridad. Esta iniciativa fue también promovida por una madre que era entrenadora en siria y que huyó a Siria con sus hijas, cuyo objetivo es empoderar a las niñas.

Programa de cooperación en Zaatari: UN Women’s Oasis

Dentro del programa ‘Women and girls Oasis’ de Naciones Unidas, se fundó en noviembre de 2012 el primer centro Oasis en el campo de refugiados de Zaatari a través de la colaboración entre ONU Mujeres y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), partenariado al que se asoció el Programa Mundial de Alimentos (WFP) en 2015. Los objetivos del programa, que cuenta en la actualidad con tres centros Oasis en Zaatari, son: permitir el empoderamiento económico de las mujeres combinando una formación profesional acreditada con una retribución monetaria de actividades dentro del propio proyecto. En segundo lugar, aspira a incrementar la concienciación sobre la violencia de género a la par que prevenirla y, por último, se intenta trabajar tanto la resiliencia individual como la comunitaria a través de la transmisión de habilidades de liderazgo a las mujeres e iniciativas que impliquen a los hombres en las estrategias de igualdad de género.

A través de los tres centros Oasis existentes en Zaatari, 170 mujeres trabajan y obtienen un salario (trabajo por incentivos), del que se benefician muchas más personas. El programa cuenta con tres espacios seguros para mujeres y para sus hijas e hijos, alcanzando un total de 500 usuarios por centro y mes. En estos centros se provee de habilidades formativas tales como clases de idiomas, tecnológicas, sastrería, talleres de artesanía o formación en habilidades comunicativas. Como parte del programa se incluyen además actividades de información, sensibilización y protección en lo referente a temas administrativos, de higiene, de salud y sobre violencia de género y sexual. De forma transversal se transmiten habilidades relativas a la crianza de los hijos e hijas y la adquisición de habilidades para proveer de apoyo escolar. Los centros Oasis también facilitan el acceso a servicios de guardería y colegio para los más más pequeños y pequeñas de la familia con el fin de evitar que las mujeres se queden cuidando de ellos en sus casas.

El proyecto de trabajo por incentivos de UN Women en Zaatari, desarrollado a través de los Oasis, es el mayor proyecto de este tipo dirigido a mujeres dentro del campo. El marco del proyecto se centra no sólo en la acción humanitaria, sino que vincula la misma con enfoques de desarrollo que garantizan una transformación sostenible en las vidas de las mujeres y sus respectivas comunidades. El proyecto atiende las necesidades de cada individuo anteponiendo a las mujeres solteras, las viudas y las madres cabeza de familia, así como aquellas encargadas de personas dependientes vulnerables. Además, a través del proyecto, las mujeres disfrutan de espacios de seguridad en los que expresarse libremente, donde comparten sus vivencias e identifican sus propias necesidades y prioridades, aumentando el control sobre sus vidas.

Sobre el impacto del proyecto en el que se enmarcan los centros Oasis, se ha realizado un estudio llevado a cabo por dos profesores de la universidad de Jordania, Sinaria Abdel Jabbar y Haidar Ibrahim Zaza, para la revista internacional de la adolescencia y juventud (International Journal of Adolescence and Youth) entre 2014 y 2015 a través de encuestas a las participantes, cuyo modelo puede verse en el anexo 2.

Según este estudio, entre las actividades que más dominaban estas mujeres se encontraban la sastrería, seguida por la peluquería y las actividades artesanales, mientras que si se les preguntaba por aquellas que deseaban adquirir de forma gratuita el 31% preferían adquirir habilidades computacionales, el 12% clases de inglés y el 8% sastrería. En cuanto a la utilidad de lo aprendido, el 76 % contaba sacarle partido. Además, el estudio mostró que las mujeres habían visto cumplidas sus expectativas como la provisión a sus familias con recursos económicos, conocer a nuevas compañeras y amigas en las que apoyarse y aumentar su formación y experiencia a la vez que la satisfacción de las necesidades psicológicas, de seguridad y pertenencia a un grupo.

Con todo, el estudio concluye que el hecho de ser refugiada/ refugiado determina una oportunidad de deconstrucción de los patrones y las relaciones de poder que se establecen en una comunidad y puede ofrecer una ocasión de alteración relativa a los roles de género preexistentes. Además, reafirma que el acceso a los medios de subsistencia empodera a las mujeres, determinando un aumento en su toma de decisiones. También se observa que estas actividades formativas tienen un impacto en la mejora de la nutrición, la disminución de la pobreza y la explotación, reduciendo las tasas de mortalidad.

Entre las recomendaciones que aporta el análisis del proyecto se recalcan la importancia de ampliar las actividades de formación, dándoles autonomía para decidir en qué formarse y tratando de aumentar la consciencia ambiental, así como la necesidad de extender las actividades laborales fuera de los centros. Además, se hace hincapié en hacer al programa autosuficiente a través de la formación de mujeres para que implementen ellas mismas las actividades formativas.

En cuanto al programa, hemos observado que tiene una perspectiva interseccional que tiene en cuenta el género por un lado, así como el estado civil, priorizando dentro del mismo a aquellos colectivos más vulnerables, y la edad, abarcando un amplio espectro con intereses y necesidades variadas. Por otro lado, las personas que obtienen beneficios de este programa son múltiples y variadas, ya que si una madre tiene acceso a un trabajo y una retribución monetaria, es más probable que sus hijos puedan ir a la escuela, por lo que su día a día se lleva a cabo en un espacio seguro, además de fomentar su educación. Asimismo, esta retribución monetaria beneficia a un gran número de personas que pueden estar también en una situación de vulnerabilidad, como los dueños de tiendas de comida. Este hecho es muy importante ya que fortalece el arraigo y posible expansión del programa.

Conclusiones

Tras analizar las relaciones de género previas al conflicto en Siria así como las transformaciones que surgen en ellas a partir del desplazamiento de las personas refugiadas, podemos sacar algunas conclusiones. Los cambios en el estilo de vida, movilidad y limitaciones que surgen tras el desplazamiento de las personas refugiadas les lleva en muchas ocasiones a replantearse aspectos básicos de su identidad. A causa de esto se aprecian cambios en los roles tradicionales, llevando a mujeres a asumir tareas del rol productivo como proveedoras de ingresos o cabeza de familia, y a hombres del rol reproductivo cuando son ellos los que recogen la comida y materiales que reparten los trabajadores humanitarios. Los roles tradicionales de género a veces también se ven reforzados o poco transformados en el campo a través de los líderes de calle y la interacción de las personas refugiadas con la infraestructura del campo, que limita enormemente la movilidad de las mujeres del campo.

Sin embargo, habría que hacer un análisis posterior de aquellas causas que motivan los cambios en los roles tradicionales y las relaciones de género en el campo para investigar cómo afectan estos a las relaciones de poder. Si bien es verdad que hemos comprobado que mujeres realizan tareas del rol productivo y hombres del reproductivo, podríamos pensar que en un espacio como el campo de refugiados de Zaatari, donde las oportunidades de trabajo y el tejido productivo son muy reducidos, puedan existir intereses que guían estos cambios y que no cuestionan realmente las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

Finalmente, hemos analizado un proyecto de cooperación que se da en el campo con el fin de empoderar económicamente a las mujeres e incidir en los roles tradicionales tanto dentro como fuera de la familia. Además, estos espacios ofrecen seguridad, intercambio de experiencias y apoyo entre las mujeres, aumentando su resiliencia y el control sobre sus vidas, hecho muy importante en el marco de la transformación. Asimismo, el proyecto afecta a más personas, ya que activa la economía del campo porque estas mujeres dejan de depender de la ayuda humanitaria y empiezan a comprar bienes de las pequeñas tiendas del campo, aumentando la resiliencia del proyecto. Es importante destacar la idea de cómo los proyectos de cooperación pueden influir en el cambio de estos roles, ayudando a vislumbrar una problemática profundamente arraigada en la sociedad. En este sentido, el proyecto de UN Women Oasis nos parece acertado y completo, ya que no solo se centra en el empoderamiento  

22 October 2021
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