El Final De La Vida, Experiencia Única

“Los auténticos vivientes somos sólo los mortales, porque sabemos que dejaremos de vivir y que en eso precisamente consiste la vida” 

Es cierto lo que afirma Fernando Savater en su obra Las Preguntas de la Vida. Nuestra muerte da sentido a nuestra vida. Esa idea de finitud, de fugacidad e inestabilidad de lo que conocemos es lo que le aporta valor; lo que nos hace ser conscientes de está en nuestras manos aprovechar cada momento (emulando el clásico tópico Carpe diem). Saber que vamos a morir nos hace descubrir por qué queremos vivir, qué queremos hacer con el tiempo que hemos recibido. Sin embargo, con los años hemos sido capaces de aislar la muerte de forma a no tenerla presente en nuestra vida, a excepción de cuando nos sorprende con su aparición. Sabemos que vamos a morir pero, en mi opinión, no somos plenamente conscientes de ello y de todo lo que implica.

El autor con el que he empezado esta introducción a mi trabajo, Fernando Savater, era desconocido para mí hasta asistir al V Encuentro en Bioética del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda “La Eutanasia y los Límites de la Vida Humana”. Pero en dicha ocasión me impactó un fragmento de su obra Las Preguntas de la Vida, que he mencionado anteriormente:

“La muerte ya no era un asunto ajeno, un problema de otros, ni tampoco una ley general que me alcanzaría cuando fuese mayor, es decir: cuando fuese otro (…) Yo había de ser el protagonista de la verdadera muerte, la más auténtica e importante, la muerte de la que todas las demás muertes no serían más que ensayos dolorosos.” 

En ese momento me hice consciente de dos hechos; no solo me moriré yo en un futuro y seré la protagonista de mi muerte sino que, como médico, también seré un personaje secundario de cientos y cientos de muertes. Pero al contrario de en una obra de teatro ensayada hasta la saciedad, no contaré con ningún guión o apuntador que me diga qué hacer.

Claramente, a lo largo de mi formación recibiré indicaciones de cómo actuar ante el fallecimiento de una persona, cuáles son mis obligaciones judiciales y burocráticas y algunos consejos de cómo sobrellevar la situación pero, de cualquier forma, estaré yo sola ante el último acto, el desenlace de la vida de cada protagonista cuya vida termine en mi consulta.

Viéndolo de una forma objetiva quizá no sea un dilema tan difícil. La complicación está en que no somos capaces de llegar a esa objetividad debido a la divergencia de pensamiento de la raza humana. Me explico. La opinión de una persona procedente de España en relación a un procedimiento médico probablemente sea distinta a la de una persona originaria de Indonesia. Una persona educada toda su vida en base a los valores de la religión musulmana buscará salvaguardar valores distintos a los de una persona procedente de un trasfondo ateo.

En cada uno de estos casos habría un claro desacuerdo moral de máximos, por lo que sería necesario llegar a un consenso de mínimos, unos parámetros de actuación comunes y conformes a todos. Pero, la verdadera cuestión es: ¿se puede hablar de mínimos comunes cuando nos referimos al final de la vida de cada persona siendo este un momento único e irrepetible del cual es protagonista? Y, por otra parte, surge otra pregunta: ¿hasta qué punto debe ser cada paciente libre de tomar sus propias decisiones?

La revolución sanitaria que trajo consigo el siglo XX introdujo una modificación fundamental en la práctica médica que hasta el momento no se había considerado necesaria: la autonomía del paciente y su capacidad de decisión. Si bien en los comienzos de la medicina hipocrática se tenía una visión del médico como el “restaurador del equilibrio perdido” y el conocedor del orden de la naturaleza, llegados a la mitad del siglo pasado, se comienza a dejar atrás esa prevalencia del paternalismo médico en el que se consideraba su criterio como el único válido y se deja paso a la libertad del paciente para tomar decisiones. Es decir, el principio tradicional de beneficencia se comienza a ver desplazado por el de autonomía.

De esta forma, los pacientes comienzan a tener la capacidad y libertad de elección ante su salud lo cual crea una cierta problemática, como he mencionado antes. En una sociedad tan diversa hay múltiples posiciones, creencias y opiniones en relación a innumerables tópicos. Sin embargo, al centrarnos en el principio de autonomía, la sociedad adquiere, inevitablemente, la categorización de “plural y pluralista” 2, por lo que admite las diversas perspectivas existentes.

En consecuencia y concordancia con lo anterior, se debe comenzar a hablar de una sociedad civil y no centrada en ninguna religión específica (ya que sería imposible llegar a un consenso sin violar la aceptación de la diversidad mencionada) y por ello, a la hora de analizar las conductas en el ámbito sanitario, nos referimos a una ética no religiosa. Sin embargo, es innegable que, a pesar de ser España un estado laico, la religión, fundamentalmente católica, ha tenido un papel extremadamente importante en su historia. Gran parte de los valores y constructos sociales admitidos como “comunes” a la mayoría de la población derivan de la doctrina católica y, de cierta forma, esta ha condicionado durante muchos siglos el ejercicio médico.

Por este motivo, he decidido tratar en este trabajo el tema del final de la vida pero comparando la perspectiva secular con la religiosa, centrándome fundamentalmente en el cristianismo y en cómo la fe católica puede condicionar el ejercicio de la medicina.  

19 April 2021
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