Las Vueltas de la Vida

Introducción

Era un día de hace tres veranos. Pensé que sería un día normal, pero en un abrir y cerrar de ojos mi vida cambió (literalmente). Era el día en el que se casaba mi mejor amigo, así que quería que pensara que de verdad me importaba, por eso me puse mi mejor traje. Me peiné de la mejor manera que jamás lo había hecho, me puse mi mejor colonia y cogí el coche. Al llegar allí, estaba todo como lo planeado. Estábamos sentados en nuestros respectivos bancos y sillas, estaban los lectores practicando y el cura/concejal estaba esperando a que todo diera comienzo.

La boda sucedió sin ningún incidente, los novios se dieron el sí quiero y nos fuimos al banquete que ofrecían los novios. Al principio estuvimos comiendo, había de todo. Era una muy amplia carta que tenía todo tipo de platos, desde sopas hasta carnes, pasando algunos tipos de pescado o de verdura. Me lo estaba pasando genial, había todo tipo de entretenimiento. Al principio había juegos para los invitados, luego actividades variadas y algunos se atrevieron a cantar en el karaoke nupcial.

Después de la tarde de entretenimiento, vino la cena. Esta, al igual que la comida, era muy variada. Se podían encontrar ensaladas, pescados, huevos y cambiando un poco de lo saludable había pizzas y hamburguesas. Los platos que escogí estaban muy buenos y apetitosos, me quedé con buen sabor de boca.

Desarrollo

Tras la cena vino el baile. Primero los novios, y después todos los invitados, empezamos a bailar al son de la música. El DJ era todo un experto y conocía todas las canciones que le pedían. Bailamos de todo un poco, todos los géneros musicales tenían cabida en la fiesta. Había algunos que no bailaban y se fueron pronto de la fiesta. Otros, como yo, estuvimos simplemente bailando algunas canciones y tomando algo. Ya en la madrugada, quedábamos muy pocos invitados. Sobre las cuatro de la mañana. Se acabó la música porque el DJ se fue a su casa a descansar. Estuvimos hablando y tomándonos unas copas. Y ahí estuvo mi gran error.

Tras beberme las copas, creo que nos quedamos charlando un rato más. Después de eso me emborraché. Al igual que yo, se emborracharon algunos más, pero ellos volverían a casa en transporte público o con otra persona conduciendo. Para mi desgracia ese no era mi caso y tenía que volverme a casa conduciendo mi coche. Sin otro remedio, tuve que coger el coche estando ebrio. La mayor parte del trayecto era recto y, además, me lo sabía bastante bien. Pero estando borracho, e incluso sabiéndose muy bien las cosas, nunca sabes lo que va a ocurrir.

En los primeros tramos, lo único que me presentó dificultades, fue el aparcamiento. Estuve veinte minutos intentando sacar el coche del aparcamiento, ya que cuando llegué, los mejores sitios del parking ya estaban ocupados y me tuve que conformar con una plaza que estaba en una pequeña pendiente. Para sacar el coche tuve que hacer algunas maniobras de las que ya no me acuerdo muy bien.

En el segundo tramo evité entrar a la autopista para no causar ningún incidente y en vez de ir por ella, cogí una carretera convencional de un carril por sentido. Como era de esperar, no había casi ningún coche circulando por la carretera a tan altas horas de la noche. La carretera era muy irregular. Era difícil distinguir los objetos que veía pasar. Pero en este tramo conseguí llevar el coche bien.

El tercer y último tramo fue el peor. Yo había seguido por la carretera convencional hasta llegar a una bifurcación. Me tuve que parar y pensar en cuál sería la que me llevaría a casa. Mi mente funcionaba fatal. Tardé como un cuarto de hora en encontrar cuál me llevaría a mi hogar. Cogí el camino correcto. Circulé por él un buen rato. De repente se me apagaron las luces del coche. Pensé que no pasaría nada y que podría continuar. Pero poco después sentí una luz que me deslumbró y entonces sentí que empecé a dar vueltas y vueltas. Creí que me estaba muriendo y que esas eran las vueltas de mi vida.

No sé cuanto tiempo pasaría, pero al final me desperté. Miré a mi alrededor y al principio no conseguí reconocer nada. Posteriormente, me di cuenta de que estaba en una habitación de hospital. Al pasar unos minutos, apareció allí un médico. Me dijo que llevaba ingresado una semana. Había estado en coma durante siete días por una contusión cerebral. Además de eso, tenía una pierna y los dos brazos rotos.

Después de esto apareció un policía y me contó lo que había hecho. Al parecer choqué con un camión aquella noche. El parachoques y el chasis del camión resultaron dañados, pero mi coche salió despedido en dirección al paisaje. Además, me dijo que el conductor del camión se quedó en estado de shock y que yo iba borracho.

Los primeros días en el hospital estuve en la cama reposando. Lo único que podía hacer era ver la televisión porque no podía interactuar con nada. Me pasaba los días enteros viendo la televisión o mirando por la ventana, ya que los médicos me dijeron que no podía moverme ni usar las manos. Ya pasadas unas semanas me recuperé de las roturas y pude volver a andar. Los médicos me dijeron que había tenido mucha suerte, porque la mayoría de personas que sufren estos accidentes acaban muertos o en silla de ruedas. Daba vueltas por el hospital sin ningún objetivo, simplemente quería andar.

Finalmente, me desperté una mañana y vino un médico a mi habitación. Me dio mi traje y me dio el alta. Yo creía que iba a irme a mi casa, porque ya casi se me había olvidado el accidente. Pero cuando salí de la habitación, había dos policías esperándome. Los policías me cogieron y me esposaron. Después bajamos al garaje donde había un coche patrulla. Nos montamos en él y cogimos un rumbo que para mí era desconocido.

Le pregunté al policía que a dónde íbamos, pero no me contestó nada. Estaba inquieto por saber donde íbamos. Pensé que a lo mejor me llevaban a mi casa, porque me habían quitado el carné de conducir, pero me di cuenta de que íbamos en la dirección contraria a mi piso. La travesía fue muy angustiante, porque había un silencio sepulcral en el coche y se respiraba tensión en el ambiente. Tenía el presentimiento de que nada bueno me esperaba.

Al final llegamos a una comisaría bastante grande. Nada más llegar los dos policías estuvieron hablando con un hombre que llevaba un traje. Estuvieron un rato hablando entre ellos y de vez en cuando me miraban con el rabillo del ojo. Pasado un buen rato me cogieron y subimos a la planta superior. Allí llegamos a una sala donde me hicieron contar todo lo ocurrido. Empecé contando lo de la boda, después les conté lo que ocurrió en el trayecto y finalmente les hablé del accidente.

Me tuvieron en una sala de espera alrededor de una hora. Después llegó el hombre trajeado y me dijo que estaría en un calabozo, hasta que pasara a disposición judicial. Estuve como tres semanas en un pequeño calabozo, donde solo había una pequeña ventana con rejas por la que a veces se colaba un pajarillo. Solo había una incómoda cama una débil mesa para comer.

Un día llegaron dos policías, me sacaron y me llevaron a un coche parecido al de la anterior vez. Llegamos a los juzgados, donde me sentaron en una silla junto a un señor que no creía haber visto en mi vida y en frente de un juez. Poco antes de que comenzara el juicio, llegó un señor y me dijo que sería mi abogado. Después de esto, comenzó el juicio. Primero habló el señor que estaba sentado a mi lado en otra silla. Contó que yo había aparecido de la nada circulando haciendo un zigzag en sentido contrario. Deduje que se trataba del camionero contra el que me choqué aquella noche.

Después llegó el turno de mi intervención. Mi abogado me dijo que contara la verdad, porque las pruebas eran concluyentes y mentir solo traería problemas. Así que, haciendo caso a mi abogado, conté todo lo que ocurrió aquel día. Después de que estuvieran un rato dialogando los jueces y los letrados, el juez pegó un martillazo y dijo que sería condenado a nueve meses de cárcel por conducir ebrio y causar destrozos en la vía pública. También añadió que se me habían quitado tres meses de cárcel por decir la verdad y no mostrar resistencia a la autoridad.

Cuando acabó el juicio me llevaron a mi casa a cambiarme de ropa y disfrutar de mis últimos días de libertad. Pasados unos días vinieron unos policías con un traje que no era el que llevaban los anteriores agentes. Estos me esposaron y me llevaron a la calle. Allí me estaba esperando un furgón que no había visto en mi vida. Era verde, tenía las ventanillas llenas de rejas y estaba blindado. Me monté en él y tras media hora más o menos llegamos a la cárcel.

Me bajaron del furgón y entramos por tres puertas diferentes. Cuando llegamos al vestíbulo, había pasillos que parecían infinitos. Tenían celdas por todos lados y hasta tres pisos en algunos sectores. A mí me llevaron al ala oeste. Al parecer esta ala era para presos de delitos menores, porque no veía a nadie con pinta de asesinos o ladrones experimentados. Lo único que veía en las celdas eran personas tristes y sin ningún tipo de odio hacia los funcionarios. Llegué a mi celda y me acomodé. En la celda había una televisión, una cama cómoda (dentro de lo que es una cárcel), un armario para poner mis cosas y un baño para mis necesidades.

Conclusión

La cárcel no estaba tan mal. Nos levantábamos a las 9:30 y desayunábamos. Luego nos sacaban a un patio para pasear, hacer deporte o hablar. Después comíamos y nos dejaban hasta la cena libertad dentro de nuestra celda antes de ir a cenar. En la cárcel me hice amigo del que había en la celda en frente mía. Solíamos comer juntos, pasear en el tiempo de patio y hablar por las tardes. Aunque no todo era bueno en la cárcel. A veces veíamos reyertas o peleas y, a veces, nos intentaban meter en ellas. Desde aquel entonces no he vuelto a beber alcohol por el trauma que me ha generado, tampoco cojo el coche. Solo lo uso cuando es estrictamente necesario.

¡Ah! Y recuerda. Como dijo Stevie Wonder: Si bebes, no conduzcas. 

17 February 2022
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