Lectura De Arendt Sobre El Juicio De Eichmann

De la lectura que hace Arendt del juicio de Eichmann se deriva otra cuestión importante para el tema que estamos analizando y es el que tiene que ver con cómo fue conducido el juicio, y por tanto con los motivos de Israel, y con la naturaleza de un juicio en sí. Arendt argumentaba que en ocasiones el juicio era un espectáculo, y por tanto no cumplía con la sola función de administrar la justicia a un individuo, independientemente de quién fuera él o en lo que él creyera. En el libro Arendt afirma que el juicio fue construido no sobre los actos que Eichmann había cometido sino sobre todo el daño que los judíos habían sufrido. Esto se veía claramente en la elección de más de 50 testigos cuyo testimonio no se relacionaba directamente con las acciones de Eichmann y por tanto no contribuía a discernir sobre la justicia o injusticia del acusado. Había un juicio antes del juicio. Le habían declarado culpable mucho antes. Esto queda patente en los panfletos que se repartieron durante el Congreso Mundial Judío de 1961. Sin embargo, el fin de cualquier juicio es hacer justicia, al acusado, a las víctimas y a la sociedad en general. No deberían haber sido parte de él las preguntas, aunque quizás más trascendentes de: ¿cómo pudo ocurrir esto? ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué los victimarios fueron precisamente los alemanes y las víctimas precisamente los judíos? ¿Qué papel tuvieron otras naciones responsables en esta tragedia? ¿Cómo fue posible que los judíos cooperaran, a través de sus dirigentes, en su propia destrucción? Y sin embargo, estas fueron las preguntas alrededor de las cuales se desarrolló el juicio. El objeto del juicio debía ser la actuación de Eichmann, no los sufrimientos de los judíos, no el pueblo alemán, ni tampoco el género humano, ni siquiera el antisemitismo o el racismo.

Existían diversos motivos para juzgar a Eichmann, pero principalmente había un motivo histórico: Ben Gurión buscaba dar un espectáculo al resto del mundo, dar lecciones al mundo entero: primero, que la opinión pública supiera que no solo la Alemania nazi fue la responsable de la destrucción de 6 millones de judíos europeos; y segundo, quería alertar a los judíos de la diáspora que siempre se enfrentarían con un mundo hostil. Otro de los motivos era descubrir a otros nazis y otras actividades nazis. Dice Arendt que:

“si estas hubieran sido las únicas razones justificativas de someter a Adolf Eichmann a la autoridad del tribunal de Jerusalén, el juicio hubiera sido un fracaso en muchos aspectos. Desde cierto punto de vista, las lecciones eran superfluas y desde otro punto de vista, resultaban engañosas”45.

Para Arendt, el propósito de un juicio es hacer justicia y nada más, pero este juicio tenía muchos otros propósitos. Se podría pensar que cuál es el problema, siendo tan grave el crimen y tan clara la complicidad de Eichmann, en mayor o menor medida, en dejar que juicio fuese un evento simbólico. Por qué surgen respuestas abstractas sobre cuestiones tan minuciosas:

“Desde el punto de vista de la acusación, la historia era el objeto alrededor del que giraba el juicio. ‘En este histórico juicio, no es un individuo quien se sienta en el banquillo, no es tampoco el régimen nazi, sino el antisemitismo secular’. Esta fue la directriz fijada por Ben Gurión al inicio del juicio46”.

Eichmann fue considerado por Israel como un símbolo, eso queda claro en las palabras de Ben Gurión antes del juicio: pero la pregunta que se puede hacer es: ¿un símbolo de qué? ¿Del antisemitismo? ¿Del nazismo? ¿Y qué es, precisamente, ese antisemitismo? ¿Un rasgo de los alemanes, implicando, por tanto, la culpabilidad de todos los alemanes? Explica Daniel Bell que Arendt también consideró a Eichmann como un símbolo, sin embargo las categorías que fueron determinantes para Israel, a saber “gentil” y “alemán”, para ella carecían de importancia. Eichmann era un individuo único, pero a su vez Arendt lo convirtió en “todo hombre”, ni pervertido ni sádico sino “terriblemente normal47”.

Sin embargo, más allá de esta finalidad jurídica de discernir la culpabilidad o inocencia de un hombre respecto de la ley, el juicio moral era imposible. La idea previa de que Eichmann era un individuo perverso y malvado representa un juicio moral que el tribunal de Jerusalén estaba incapacitado para realizar. Esto es así precisamente porque todo juicio moral implica que se juzguen no solamente las acciones sino sobre todo las intenciones y las motivaciones. Por tanto, aunque para el juicio legal y el veredicto de culpabilidad la “banalidad del mal” que Arendt atribuyó a Eichmann era irrelevante, sí que lo era para el juicio moral que el tribunal, y con él muchos otros judíos, querían realizar. Fue precisamente la insinuación de que en cierta medida un sistema totalitario que incapacitara o dificultara en tan grande medida el pensamiento personal pudiera en cierto modo disminuir la responsabilidad de un hombre sobre sus acciones, lo que ofendió profundamente a la opinión pública.

El juicio histórico del que Ben Gurión hablaba implicaba moralidad, no solo legalidad, puesto que la historia está compuesta de acciones individuales y concretas, cada una atribuida a una persona individual con una responsabilidad personal, solo ahí cabe libertad y son estas acciones concretas las que construyen la historia. Juzgar la historia implicaría por lo tanto juzgar cada una de estas acciones individuales y a los individuos que la cometieron, no solo legalmente sino también moralmente. Ben Gurión quería decir, tanto a Alemania como al resto de naciones, que ellos habían sido también culpables de los horrores que se habían cometido contra los judíos. Y esto no era más que una magnificación de lo que se intentó hacer con Eichmann y que no fue exitoso, puesto que lo que se manifestó en el juicio, según lo muestra Arendt, fue precisamente la imposibilidad de juzgar la moralidad de un hombre48, de conocer sus verdaderas intenciones, motivaciones y de qué manera las circunstancias concretas (en este caso el colapso moral generalizado de la sociedad alemana durante el régimen nazi) pudieron haber afectado su actuación.

Existía un tercer tipo de juicio, un juicio político, que en opinión de Arendt se consiguió. El juicio a la historia, y con ella a todas las naciones, era imposible, pero el juicio político y jurídico podía alcanzarse.

“Dices que fue ‘históricamente falso’, y me siento incómoda viendo que se alza el espectro de la Historia en este contexto. En mi opinión, fue política y jurídicamente (y esta última es de hecho lo única que importaba) no solo correcto, sino que habría sido imposible no llegar a esa sentencia49”.

El juicio político se llevó a cabo porque dejó claro al resto de las naciones que, gracias a Hitler, el antisemitismo estaba desacreditado, quizás no para siempre pero sí por el momento. Dejó a Alemania claro que ellos eran culpables, tan culpables como Eichmann. Una culpabilidad colectiva, que ya hemos argumentado que es imposible puesto que si no es posible realizar un juicio moral sobre un individuo en concreto menos aún sobre toda una nación y todos sus individuos. Como señala Arendt:

“La justicia, que no la misericordia, es la finalidad de todo juicio, y en ningún otro punto es tan felizmente unánime la pública opinión, en cualquier lugar del mundo, como en que nadie tiene derecho a juzgar al prójimo50”.

Solo juzgar tendencias generales, pero nunca a un individuo en particular, eso dice la opinión pública. Según Arendt tan ridícula es la total culpa del pueblo alemán como la inocencia colectiva del pueblo judío. Esto no equivale a negar la responsabilidad política, la cual existe con total independencia de los actos de los individuos concretos que forman el grupo y en consecuencia no puede ser juzgada legalmente ni ser sometida a la acción de un tribunal de justicia. Tampoco en estricto sentido puede ser juzgada moralmente, aunque esa imposibilidad de un definitivo juicio histórico sobre sus actos no diluye su responsabilidad. En este punto en el que entra en juego el concepto de legitimidad o ilegitimidad política.

Todo gobierno asume la responsabilidad política de los actos buenos y malos de su antecesor y toda nación de los acontecimientos buenos o malos del pasado. Toda generación, al haber nacido en un ámbito de continuidad histórica, asume la carga de las acciones de sus padres y se beneficia de las glorias de sus antepasados. Pero un individuo, solo metafóricamente se puede “sentir culpable” de algo que han hecho sus antepasados. Moralmente, es casi tan malo sentirse culpable sin haber hecho nada que sentirse libre de culpa al haberlo hecho. Cabe concebir que haya un tribunal internacional que juzgue la responsabilidad política de las naciones, pero no que tal tribunal se pronuncie sobre la culpa o inocencia de individuos determinados. La cuestión de la culpa o inocencia individual, el acto de hacer justicia tanto al acusado como a la víctima, es la única finalidad de un tribunal de lo criminal. El objeto del informe que se le pidió a Arendt era determinar hasta qué punto el tribunal de Jerusalén consiguió satisfacer las exigencias de la justicia.

Una cosa es que un gobierno o un pueblo herede la responsabilidad política de los gobiernos anteriores y otra es que las personas de cierto pueblo hereden una culpabilidad moral. Arendt recrimina a Alemania su actitud: total indiferencia de que el país estuviera infestado de criminales y asesinos de masas. Pero realmente, ¿se le puede pedir que tuviera otra actitud? Cuando el crimen se vuelve la norma general y la mayoría de alemanes estuvieron implicados, ya fuera con el asentimiento tácito o activamente y cuando el resto del mundo se encarga de recordarles lo que ocurrió y que ellos fueron los verdugos, ¿qué otra actitud podía esperarse? ¿No es normal que intenten reconciliarse con su pasado? ¿Por qué callaban? Porque también ellos se sentían culpables. Los herederos de la Tätergeneration no interpretan el mal como banal. No fue banal para los alemanes posteriores al acontecimiento, sino que vivieron el daño infringido por sus antepasados como una culpa moral. La Zweite Generation, los hijos de la Guerra, se sienten herederos de la historia y también herederos de la culpa de sus padres. Pero en realidad, la culpa que heredan no es una culpabilidad real, sino simbólica, patriótica, política, porque la culpabilidad real tiene que ver con al responsabilidad personal sobre las acciones. Ellos no cometieron esas acciones con lo cual es absurdo asumir que recae sobre ellos una culpabilidad real.

 

17 August 2021
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