Para Que Sirve Realmente La Ética

Introducción

En cuanto al contenido, que en la maraña de formalidades parece irrelevante, cuando justamente es lo importante y por eso es lo que elabora con gusto y cuidado el profesor, trataba yo de ir mostrando cómo la ética se va tejiendo a lo largo de la historia a partir de tradiciones que ponen su acento en las cartas indispensables para jugar al juego de la moral. 

La adquisición de virtudes, que son esas predisposiciones para obrar bien que vamos conquistando a lo largo de la vida y que conforman el buen carácter. Desde el mundo homérico, el de la Ilíada y la Odisea, esas virtudes se entienden como excelencias del carácter, el virtuoso es el que se sitúa por encima de la media en una actividad, como Aquiles en velocidad, Héctor en valor, Príamo en prudencia. Hoy seguimos hablando de virtuosos del piano o del violín, y también de las virtudes que es necesario conquistar para tener un buen carácter.

Justicia, prudencia, fortaleza, honestidad y tantas otras. La convicción de que hay un fin de la vida humana que importa descubrir para intentar acceder a él, porque es la forma de vivir una vida digna de ser vivida. Todos convienen en entender que ese fin es la felicidad, pero no dan a la felicidad el mismo contenido. Aristóteles aseguraba que consiste en la eudaimonía, en realizar aquellas actividades que son más propias de un ser humano, como tratar de desentrañar los secretos del universo o dedicarse a la vida política haciendo uso de la justicia y la prudencia.

Desarrollo

Los epicúreos cifraron la felicidad en el placer, mientras que los estoicos entendieron que la felicidad no puede consistir en emociones placenteras, porque sentirlas no depende de nosotros. Estas tradiciones, la de las virtudes, el diálogo y la felicidad, se han prolongado hasta nuestros días, cobrando más fuerza en unos periodos u otros, reformulándose para responder a las nuevas exigencias de los tiempos nuevos, y se trata de naipes indispensables para jugar el juego de la ética.

Me refiero a las costumbres que potenciamos libremente y que tienen efectos en la vida cotidiana, porque la ética es efectiva, tiene efectividad.

Epicuro, pasando por Sócrates, Platón o Aristóteles, entendieron que la tarea más importante de las personas consiste en labrarse un buen carácter, que aumente las probabilidades de ser feliz en vez de aumentar la probabilidad de ser desgraciado. 5 Pero también es verdad que quien intenta labrarse un buen carácter aumenta la probabilidad de ser feliz, porque disfruta de las buenas acciones que son valiosas por sí mismas y porque sabe aprovechar mejor los  

dones de la fortuna o de la providencia, convertir los problemas en oportunidades de crecimiento. Puede convertirse, como decía Séneca, en artesano de su propia vida. Esto es lo que ha ocurrido con las crisis que empezaron como mínimo en 2007, que también nuestras formas de vivir nos han ayudado a llegar a la catástrofe, porque son efectivas, tienen efectos en la vida corriente, optar por unas u otras nos ayuda a hacer el mundo más habitable o, por el contrario, a que se nos escape de las manos.

Ahora bien, si nos resulta imposible cambiar el temperamento con el que nacimos, si ya nuestras actuaciones están determinadas por nuestra constitución genética y neuronal, como vienen diciendo hoy en día algunos gurús de la genética y las neurociencias, si los hados han escrito el guión de nuestra vida, sean hados cosmológicos, económicos o sociales, entonces somos radicalmente incapaces de ir adquiriendo nuevos hábitos, nuevas virtudes, de ir forjando un carácter desde nosotros mismos. 

El oscuro funcionario HGW XX/7de la Stasi, GerdWiesler, el protagonista de La vida de los otros, cambia radicalmente de actitud al conocer el amor, la belleza de la música y de la poesía. Acostumbrado a su rutina de enseñar a otros a descubrir a los conspiradores contra el régimen, a su rutina de espiar posibles enemigos, sin vida propia, viviendo de la vida de los otros, empieza a cambiar cuando, a través de su espionaje, descubre la fuerza revolucionaria del amor y de la música. Es al ministro de Cultura, Bruno Hempf, a quien le interesa declarar que «un hombre no puede cambiar» para poder manipular la acción y apropiarse de la protagonista.

Pero la película se propone justamente refutar esa afirmación y mostrar cómo un individuo mostrenco puede convertirse en un hombre bueno. Las personas sí podemos cambiar, por eso tiene sentido la ética, porque nacemos con un temperamento que no hemos elegido y en un medio social, que tampoco estuvo en nuestras manos aceptar o rechazar, pero a partir de él vamos tomando decisiones que refuerzan unas predisposiciones u otras, generando buenos hábitos si llevan a una vida buena, malos, si llevan a lo contrario.

La pregunta no es nueva, ya la formulaban los sociólogos que hablaban de los diferentes roles que representa cada persona, pero en los últimos tiempos se insiste en el tema y se llevan a cabo una buena cantidad de experimentos para constatar que esta incoherencia interna es más que habitual en los seres humanos. De todo esto concluyen algunos autores que los rasgos del carácter no manifiestan estabilidad intersituacional, o, lo que es idéntico, que la misma persona en distintas circunstancias actúa de modo diferente. 

Claro que si se pregunta a esas personas por qué han dado cambio, ignorarán que la causa es el buen olor del pan y los pasteles y buscarán una razón, razón que a menudo tendrán que inventarse porque en realidad, según los autores de los que hablamos, desconocen que su acción estuvo causada por el buen aroma. Si todo esto fuera verdad, parece que esto de que nos labramos un buen carácter sería más bien una ilusión que los seres humanos nos hacemos por no se sabe qué secretos mecanismos de nuestro cerebro, para poder conservar una mejor imagen de nosotros mismos, y que nos inventamos razones para justificar esas acciones nuestras que se desvían de la virtud para no perder nuestra autoestima.

Y digo «parece» porque, a mi juicio, no es verdad, y el proyecto de forjarse un buen carácter sigue siendo uno de los más inteligentes que puede proponerse una persona. Porque las personas tenemos lo que se llama intereses de segundo orden, es decir, podemos decidir reflexionar sobre nuestras actuaciones, intentar apreciar si existe o no coherencia en nuestro modo de obrar en distintas situaciones, tratar de entender por qué hay incoherencia, cuando la hay, y también tomar la decisión de extender al conjunto de la vida la actuación honesta y justa, o bien al menos tomar conciencia de por qué no es posible hacerlo. Quien reflexiona puede percatarse de que estuvo muy amable porque le acababan de dar una buena noticia o que estuvo insoportable porque le habían dado un disgusto. Vale la pena entonces pensar qué queremos hacer en el futuro, y esto es lo que convierte el deseo en voluntad.

Acababa de explicar en un seminario en qué consiste la ética del discurso, una ética entonces prácticamente desconocida en el mundo hispano, y al hilo de la explicación había formulado el principio ético, según el cual, una norma es justa si todos los afectados por ella pueden darle su consentimiento después de un diálogo celebrado en las condiciones más próximas posible a la simetría, un diálogo en que los afectados han sacado a la luz sus intereses de forma transparente y están dispuestos a dar por justo el resultado final, el que satisfaga intereses universalizables. Lo más importante es tener verdadero interés en serlo, tener voluntad de serlo, reflexionar sobre lo hecho y proyectar el futuro. Hace unos años el sociólogo Richard Sennett describió en su libro La corrupción del carácter hasta qué punto el nuevo capitalismo hace prácticamente imposible la formación del carácter tanto de las personas como de las empresas.

Se relaciona con aquellos rasgos personales que valoramos en nosotros y por los que queremos ser valorados, por eso intentamos mantener algunos sentimientos, que serán los que sirvan a nuestro carácter. Sin embargo, forjarse un carácter parece imposible en una sociedad capitalista centrada en lo inmediato, en una sociedad que tiene por consigna no plantearse «nada a largo plazo». Este principio socava las bases de la confianza, la lealtad y el compromiso, que necesitan del medio y largo plazo para consolidarse. La hipótesis que Sennett intenta confirmar en su libro es que la economía cortoplacista amenaza con corromper el carácter, especialmente en aquellos aspectos que unen a los seres humanos entre sí y brindan a cada uno la sensación de mantener un yo sostenible.

Y es verdad que la maldición del cortoplacismo es una amenaza para la construcción cuidadosa del carácter en el mundo económico. Pero también el mundo político está sometido al imperativo del corto plazo, porque conquistar y conservar el poder requiere estar obsesivamente atentos a los calendarios electorales, a calibrar cuál es el mejor momento para tomar determinadas decisiones de modo que no merme el número de votos, a lanzar las redes en lugares insospechados tratando de pescar lo que se pueda, amoldando la red a la posible pesca. Pero más allá de los camaleones y los dinosaurios deberían estar las personas, capaces de labrarse el mejor carácter posible con vistas a vivir una vida buena.

Conclusión

La cosmética sería cosa de los maquillajes que mejoran el aspecto de las personas durante un tiempo, pero no las transforman por dentro, mientras que la ética se referiría a una transformación interna, nacida de la convicción de que merece la pena obrar bien, por el valor interno del obrar bien mismo y porque, como venimos diciendo desde el capítulo anterior, resulta fecundo. El maquillaje se esfuma al cabo de unas horas, mientras que el carácter se labra día a día, requiere esfuerzo, entrenamiento, tomar vitaminas, optar por las cosas que realmente valen y que por eso mismo dan sentido a trabajar en esa dirección. 

Labrarse un buen carácter, un buen êthos, es lo más inteligente que puede hacer una persona para aumentar sus posibilidades de llevar a cabo una vida buena, feliz. Y lo que vale para las personas, vale también para las organizaciones y para los pueblos, que también unas y otros van tomando decisiones que les generan predisposiciones a actuar de un modo u otro.

Por eso, cuando las organizaciones, las instituciones o los pueblos generan un mal carácter, malos hábitos y costumbres, pierden el señorío sobre su presente y su futuro y se convierten en seres reactivos. 

17 August 2021
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