Personalidad, Inteligencia Emocional y Deserción

 ¿Qué se entiende por emociones? La Real Academia Española define el concepto de emoción como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”.

Marino, Cresta, Maset y Mezzina Iglesias (2019) acuñan la definición propuesta por A. Cárpena, quien las describe como un “conjunto de sistemas de adaptación al medio que han tenido el valor de supervivencia para la humanidad. Son impulsos que comportan reacciones automáticas. En general, hay bastante acuerdo en que la emoción es un estado complejo del organismo caracterizado por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada. Las emociones se generan habitualmente como respuesta a un acontecimiento externo o interno” (Marino et al, 2019 p. 14).

A su vez, dichas autoras proponen que las emociones están compuestas por tres componentes: neurofisiológico u orgánico, en tanto que ante todo estímulo se producen cambios neuro hormonales, químicos y automáticos expresado en sensaciones físicas, es decir, respuestas orgánicas involuntarias que la persona que las experimenta no puede controlar; conductual, referido a la señal corporal que diferencia a cada emoción, puede ser una expresión facial, tono de voz, lenguaje no verbal o la misma postura corporal; cognitivo, se relaciona a la explicación o calificación que otorgamos al estado emocional que percibimos, el nombre u etiqueta que le damos a cada emoción (Marino et al, 2019 p. 16).

En cuanto a la clasificación de las emociones, Casassus (2007) propone que existen emociones primarias o básicas, secundarias y mixtas. Sin embargo, se sigue discutiendo sobre cuáles y cuántas son las emociones que conforman el grupo de emociones básicas o primarias, pero se ha llegado a un acuerdo con seis de ellas, a saber: miedo, alegría, tristeza, ira, asco y sorpresa. Leperski (2017) propone que los motivos para atribuirles dicha categorización reside en un estudio realizado por Paul Ekman y Wallace Friencen en 1978 en el cual realizaron estudios interculturales de países de diferentes partes del mundo, a partir de los cuales postularon la existencia de dichas emociones explicando que son biológicamente primitivas. En otras palabras, plantearon que tienen primacía para el desarrollo ontogenético ya que aparecen desde el nacimiento y ocurren sin que necesariamente haya una causa u objeto aparente. Además, este grupo de emociones tienen expresiones faciales universales, es decir, componentes fisiológicos claros y evidentes, así como también son reconocibles por todos los individuos de una misma especie.

En cuanto a las secundarias, surgen a partir de las primarias y se dividen en familias de emociones derivadas y requieren un nivel de desarrollo de auto-referencia, es decir, del sí mismo, del ego en relación con las normas y estándares sociales y culturales, y también de un cierto desarrollo cognitivo para que puedan emerger. (Casassus, 2007, p. 109-110).

Por su parte, Daniel Goleman (1995) en su libro La Inteligencia Emocional toma la definición del diccionario de inglés de Oxford, el cual las define como “cualquier agitación y trastorno de la mente, el sentimiento, la pasión, cualquier estado mental vehemente o excitado” (Goleman, 1995, p. 331). De esta manera, emplea dicho término para referirse a “un sentimiento y sus pensamientos característicos, a estados psicológicos y biológicos y a una variedad de tendencias a actuar” (Goleman, 1995, p. 331).

Asimismo, dicho autor propone que los sentimientos, pasiones y anhelos que experimentamos desde lo más profundo, son guías esenciales en lo referido a la evolución del ser humano. Esto se debe a que cada emoción, cuya raíz es motere proveniente del verbo latino “mover” y el prefijo “e” implica una tendencia a alejarse (Goleman, 1995, p. 24), brinda una disposición definida a actuar, es decir, que cada una designa un camino que ha servido anteriormente para enfrentar los desafíos de la vida humana, lo cual confirma que el valor de supervivencia de nuestro repertorio emocional está dado por el hecho de que dichas emociones quedaron grabadas como tendencias innatas y automáticas provenientes del corazón humano.

En concordancia con esto, el autor en cuestión plantea que ante momentos de difícil solución no es sólo el intelecto el que actúa, sino que también las emociones cumplen un papel importante. De esta manera, existen dos formas distintas de conocimiento, dos mentes, que interactúan constantemente como facultades semiindependientes para construir nuestra vida mental, a saber: la mente racional, “es la forma de comprensión de la que somos típicamente conscientes: más destacada en cuanto a la conciencia, reflexiva, capaz de analizar y meditar” (Goleman, 1995, p. 27); y la mente emocional que la define como un sistema de conocimiento que se caracteriza por ser impulsivo y a veces ilógico. Ésta última es mucho más rápida que la mente racional y cuando se pone en acción no existe un momento de detención para reflexionar y analizar (ya que éste es el sello de la mente racional). Además, el autor expone que las acciones que se manifiestan desde la mente emocional proporcionan una sensación muy intensa de certeza, que funciona como radar para percatarnos del peligro, en tanto que puede interpretar una realidad emocional de manera instantánea. Dicha característica funciona como ventaja evolutiva pero, a la vez, al ser juicios intuitivos e impresiones que se efectúan automáticamente pueden llegar a ser erróneos o falsos (Goleman, 1995, p. 335).

Al respecto, es necesario destacar que la mente emocional se vuelve más dominante de acuerdo a la intensidad con la que se produzca el sentimiento volviendo, así, más ineficaz a la racional. De todas formas, estas dos mentes actúan entrelazando sus distintas formas de conocimiento armónicamente la mayoría de las veces y, por lo general, coexisten dando como resultado un equilibrio en el cual la emoción le da información de las distintas operaciones a la mente racional que, a su vez, depura y, en muchas ocasiones, veta la energía producida por las emociones.

En este sentido, Juan Casassus (2007) en La educación del ser emocional realiza la distinción entre el ser racional y el ser emocional, entidades que no son opuestas sino que se complementan en todo ser humano. Dicho de otra forma, en la realidad concreta no se encuentran seres racionales o emocionales en su estado puro, sino que podemos hallar seres en los que predominen más algunos aspectos por sobre otros, y el elemento que media entre éstos es la cultura y sus normas.

De esta manera, propone que a principios del siglo XX la razón era el motor del desarrollo humano, por lo cual, los seres humanos se comportaban de manera racional. Dicha percepción del comportamiento radicaba en que la coherencia interna de todas las decisiones llevadas a cabo por una persona era pura y exclusivamente en función de la maximización de su interés personal, resultado del análisis del principio del costo-beneficio, lo cual lo convierte en coherente. En otras palabras, el ser racional es un ser egoísta, auto-referido siempre guiado por su interés personal, preocupado de sí mismo pero sin contacto consigo mismo, orientado hacia el exterior, en tanto que sólo se relacionará con otros para lograr algo.

Sin embargo, los acontecimientos y la investigación realizada durante el siglo XX revelaron que dicha concepción racionalista del ser humano era insuficiente para explicar la totalidad de las conductas de las personas ya que hay otras fuerzas (además de la regla del costo-beneficio y el interés personal) que impulsan a la acción: las emociones.

Así, propone que el ser emocional es impredecible: sus procesos, en vez de ocurrir en la mente, ocurren en el cuerpo. Además, parece no ser “libre” en tanto que las emociones que le ocurren no pueden ser elegidas por él, es decir, las emociones son libres, nos ocurren involuntariamente. Con respecto a su orientación siempre es en relación a un otro, su anclaje está en el otro, es decir que su acción adquiere importancia dentro de este vínculo que se da con los otros. Su incoherencia no radica en que no exista una lógica en su acción sino que, por lo general, a una emoción no le sigue necesariamente otra emoción que sea compatible (aunque puede serlo) (Casassus, 2007, p. 43-44). De esta forma, esta posible compatibilidad entre emociones contiguas nos lleva a otro de los aspectos centrales en la conducta del ser emocional, a saber. su imprevisibilidad; sus decisiones florecerán de la emoción que lo esté tomando en ese momento determinado, o – si es más de una emoción que ocurra al mismo tiempo – será la que ejerza un poder más fuerte.

En relación a la definición de emoción, Casassus (2007) propone que no hay un consenso respecto de lo que son, pero él las define como una energía vital que une los acontecimientos externos con los internos, cualidad que las ubica en el centro de la experiencia humana interna y social como modo de relación (Casassus, 2007, p. 99). Además, propone que se caracterizan por tener un componente sensorial que está instalado en la mente siendo éstas estados, experiencias o vivencias que ocurren en el cuerpo, en el mundo interno, subjetivo, muy diferentes entre sí; que a veces somos capaces de reconocer y expresar a través del lenguaje, nombrándolas y otras en lugares menos definibles de los cuales no conocemos palabras para ellas.

Asimismo, destaca la adaptabilidad de las emociones, en tanto que están asentadas en el vínculo existente entre eventos y nuestros intereses lo cual nos otorga la capacidad de adaptarnos a las situaciones a las que nos enfrentemos, nos proporcionan el poder estar en un estado de disposición para la acción. Como menciona Casassus (2007): “las emociones y sentimientos son absolutamente fundamentales para la supervivencia del hombre -y al parecer de todos los seres vivientes- puesto que guían nuestra conducta respecto a dos principio básicos para la vida que son la auto-conservación y la preservación de la especie” (Casassus, 2007, p. 101).

En concordancia con lo hasta aquí desarrollado, es posible mencionar que las emociones son reacciones fisiológicas frente a diferentes situaciones externas; pero, a su vez, es necesario destacar que no todas las personas reaccionamos de igual manera frente a los mismo eventos externos, por lo tanto, dichos evento no determinan sino que gatillan (por las evaluaciones cognitivas conscientes o no de dichos acontecimientos) diferentes reacciones en distintas personas. De esta manera, la explicación de la mayor parte de nuestras acciones no se encuentra en los diferentes estímulos a los que estemos expuestos sino a las condiciones personales a causa de que las emociones se encuentran relacionadas con los eventos vividos, no desde el punto de vista de causa y efecto (en que un mismo evento siempre condicione la misma respuesta emocional) sino que, en palabras de Casassus (2007): “la emoción vivida, relacionable con un evento determinado, está determinada también por procesos mentales internos propios del sistema completo que es estimulado e interpreta el estímulo” (Casassus, 2007, p.105). De esta manera, es posible concluir que serían las propias creencias de cada persona acerca de las situaciones externas las que luego gatillen los estados emocionales consecuentes.

Retomando lo hasta aquí expuesto, se concluye que el desempeño de cada persona en la vida está definido por las dos mentes (Goleman (1995)) o los dos seres (Casassus (2007)), lo cual nos lleva a pensar que no sólo importa el cociente intelectual o la racionalidad de una persona, sino también su inteligencia emocional, en tanto que el intelecto no puede operar óptimamente sin ésta.

En este sentido Goleman (1995) plantea que los factores del coeficiente intelectual contribuyen en un 20% a lo que refiere el éxito en la vida y que, por lo tanto, hay un 80% que queda para otras características, las cuales el autor atribuye a la inteligencia emocional definida como: “habilidades tales como ser capaz de motivarse y persistir frente a las decepciones, controlar el impulso y demorar la gratificación, regular el humor y evitar que los trastornos disminuyan la capacidad de pensar; mostrar empatía y abrigar esperanzas” (Goleman, 1995 p. 54). De esta manera, propone que las aptitudes emocionales son meta-habilidades que determinan lo bien que se puede utilizar los talentos que se tengan en el repertorio, hasta el intelecto puro, en el sentido de que personas que no puedan ordenar de alguna manera su vida emocional, se encuentran batallando interiormente y, así, sabotean su propia capacidad para concentrarse y pensar con claridad en otros espacios, como por ejemplo, el trabajo o la facultad.

De esto que el autor en cuestión define la inteligencia como una aptitud superior, en tanto que es una capacidad que afecta a todas las otras habilidades, ya sea facilitándolas o interfiriendo con ellas.

Asimismo, Casassus (2007) plantea que hasta hace poco la concepción de inteligencia en una persona estaba definida por las habilidades verbales y/o matemáticas. Dicha concepción de inteligencia es la que prevaleció y guió el pensamiento en relación a la calidad y el tipo de educación, a saber, la habilidad para responder de memoria diferentes ítems en una prueba. Sin embargo, dicha noción tradicional comenzó a cambiar con la introducción del concepto de la existencia de múltiples inteligencias propuesto por Gardner en 1983, más específicamente, siete inteligencias, a saber: inteligencia lógico-matemática, musical, corporal kinestésica, lingüística, espacial, inteligencia intrapersonal y una interpersonal. Éstas últimas dos son las que componen la inteligencia emocional, la intrapersonal radica en la capacidad de poder percibir distinciones en las otras personas,es decir, notar los deseos, intenciones, motivaciones y estados de ánimo; la interpersonal se refiere a la capacidad de verse uno mismo hacia adentro, es decir, la facultad que tiene cada uno para percatarse de sus propios sentimientos, las emociones que le ocurren y cómo comprender lo que ocurre y, así, determinar los posibles cursos de la acción (Casassus, 2007 p. 151-152).

Por último, es necesario exponer el desarrollo realizado por Salovey y Mayer (1990) con respecto a esta temática. Dichos autores definen la inteligencia emocional como parte de la inteligencia social que es la habilidad para entender y lidiar con las personas, lo cual también incluye la habilidad para lidiar con uno mismo. De esta manera, proponen que la inteligencia emocional radica en la habilidad para monitorear las emociones y sentimientos propios, así como también los de los otros, para poder discriminarlos y, de esa manera, poder usar esa información para guiar los propios pensamientos y acciones.

Además, dichos autores plantean que existe un conjunto de procesos mentales relacionados de manera conceptual que involucran información emocional. Estos procesos mentales incluyen la identificación, expresión y regulación de emociones tanto en uno mismo como en otras personas y la posterior utilización de dichas emociones de manera adaptativa.

Cabe destacar que, a pesar de que estos procesos son compartidos por todo el mundo, los autores plantean que existen diferencias individuales en los estilos de personalidad y en las habilidades que se poseen.

De esta manera, retomando lo planteado por Marino et al. (2019) en relación a éste modelo de la inteligencia emocional, podría decirse que comprende algunos componentes que se relacionan de manera jerárquica. En la base se puede situar la percepción y expresión emocional, en tanto se la define como la capacidad de identificación de las emociones a partir de los diferentes correlatos fisiológicos, conductuales y cognitivos de las emociones, así como también, la habilidad para expresar emociones en el lugar y el modo adecuado.

Luego, ubican la facilitación emocional. Ésta hace alusión a identificar de qué forma las emociones influyen en el pensamiento y posterior procesamiento de la información, ya que las emociones influyen en la toma de decisiones, así como también en nuestra capacidad para tomar decisiones, en nuestra atención y en el sistema cognitivo en general.

Sucesivamente, se sitúa la comprensión emocional, es decir, la habilidad para comprender y razonar en torno a la información emocional proporcionada por la relación entre el contexto y la simultaneidad de las emociones propias y las de los otros porque, al fin y al cabo, las emociones son información. Además este componente nos permite medir qué consecuencias resultarán en el comportamiento o en el pensamiento.

Por último, en el nivel jerárquico más alto, ubican la regulación emocional, la cual conlleva el poder reconocer las emociones en uno y en otros sumado a la habilidad para poder descartar o utilizar la información que dichas emociones nos proveen en función de su utilidad para, finalmente, aplacar las emociones desagradables e incrementar las agradables (Marino et al, 2019 págs. 29-30).

01 August 2022
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