Posición De La Iglesia Frente A La Teoría De Darwin

Desde la Ilustración, hay un fuerte movimiento de rebeldía intelectual ante la Iglesia a la que se acusa de oponerse al progreso y de ser enemiga de la libertad de investigación (librepensadores).Ante estos ataques, el Magisterio de la Iglesia adoptó con frecuencia posturas a la defensiva, que llevó muchos pastores eclesiásticos a mantener una actitud de desconfianza hacia la ciencia: como si los descubrimientos científicos pudieran poner en tela de juicio las verdades de la fe cristiana.

La ilustración fue un periodo de tiempo que nació a mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros años del siglo XIX. Fue especialmente activo en Francia, Inglaterra y Alemania. Inspiró profundos cambios culturales y sociales, y uno de los más dramáticos fue la revolución francesa.Se denominó de este modo por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento de la fe en el progreso. A lo largo del siglo XVI y siglo XVII, Europa se encontraba envuelta en guerras de religión. 

Cuando la situación política se estabilizó tras La Paz de Westfalia (acuerdo entre católicos y protestantes, 1648) y el final de la guerra civil en Inglaterra, existía un ambiente de agitación que tendía a centrar las nociones de fe y misticismo en las revelaciones ‘divinas’, captadas de forma individual como la fuente principal de conocimiento y sabiduría. En lugar de esto, la Era de la Razón trató entonces de establecer una filosofía basada en el axioma y el absolutismo como bases para el conocimiento y la estabilidad.Este objetivo de la Era de la Razón, que estaba construido sobre axiomas, alcanzó su madurez con la Ética de Baruch Spinoza, que exponía una visión panteísta del universo donde Dios y la Naturaleza eran uno, en la línea de la expresión bíblica: ‘En Él vivimos, nos movemos y existimos’. Esta idea se convirtió en el fundamento para la Ilustración, desde Newton hasta Jefferson.

Otro destacado movimiento filosófico del siglo XVIII, íntimamente relacionado con la Ilustración, se caracterizaba por centrar su interés en la fe y la piedad. Sus partidarios trataban de usar el racionalismo como vía para demostrar la existencia de un ser supremo. En este periodo, la fe y la piedad eran parte integral en la exploración de la filosofía natural y la ética, además de las teorías políticas del momento. Sin embargo, prominentes filósofos ilustrados como Voltaire y Rousseau cuestionaron y criticaron la misma existencia de instituciones como la Iglesia y el Estado.

El iluminismo tampoco hubiera existido de no haberlo precedido un debilitamiento del poder de la Iglesia a causa de la reforma protestante, que dividió al mundo cristiano; y del humanismo, movimiento filosófico que centró en el hombre el objeto de las preocupaciones terrenales, quitando a la religión ese privilegio y desechando el teocentrismo.

Al replantearse de un modo hipercrítico todo el conocimiento anterior, la ilustración mira de una nueva manera la religión e intenta quitarle cualquier resto de superstición. La Historia de la Iglesia se examina de un modo más crítico, por ejemplo: el padre Enrique Flórez desmonta así numerosas devociones, tradiciones y creencias falsas y legendarias en su España sagrada, y el benedictino Benito Jerónimo Feijoo hace algo muy parecido con lo que llama ‘errores comunes’ con su Teatro crítico universal. La predicación pedante cuyo propósito directo no es edificar y corregir al creyente es satirizada así sin piedad por el jesuita español José Francisco de Isla en su novela satírica Fray Gerundio de Campazas.

Bajo la luz de la razón los seglares realizan también las primeras formulaciones del deísmo (Voltaire, Volney, Rousseau) y el ateísmo (Diderot, Holbach, La Mettrie) y se esboza por primera vez un cierto comparatismo en la historia de las religiones (véase religión comparada), que aparece, por ejemplo, en el relativismo de Voltaire. El libertinismo (que no cree en los milagros) y el librepensamiento se extienden. Pero lo fundamental es un laicismo que se va instalando con fuerza cada vez mayor en los gobiernos de Europa como una consecuencia natural del Tratado de Westfalia (1648), que consagró el fin del cesaropapismo; los mismos monarcas católicos empiezan a ver los beneficios económicos que reportan el regalismo y las desamortizaciones para el estado: se discute el excesivo papel que tenían las órdenes religiosas en las universidades y su monopolio en la educación general, que hacía encauzarse los mejores talentos hacia la carrera eclesiástica en vez de a las ciencias prácticas.

El más influyente naturalista de todos los tiempos, el inglés Charles R. Darwin (1809-1882), el autor que estableció las bases de la actual teoría central en el explicación de la vida y los fenómenos que se asocia: la teoría de la evolución por selección natural.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIX, la obra de personajes como el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) y otros autores en varios países europeos, hará mucho para difundir el pensamiento evolutivo, no sólo por en cuanto a la explicación de la vida, sino también a las visiones de la historia y la sociedad humanas. Sin embargo, los mecanismos explicativos que se proponían eran muy discutidos, al tiempo que permanecía una carencia de fundamentación empírica. Además, las reservas ideológicas, muchas de carácter religioso, fueron una causa añadida que dificulta esta primera extensión del evolucionismo.

Darwin es un típico ejemplo de ciudadano inglés a la época en que el Imperio Británico alcanza su máximo esplendor. Y esto, gracias a un proceso de expansión colonial a lo largo del mundo y la activación de un cambio en las bases económicas de la sociedad, con El Paso de una referencia agrícola en otra industrial. El mismo Darwin nace en el seno de una familia acomodada, relacionada con la pujante industria cerámica del sur de Inglaterra. Hijo y nieto de médicos, no estuvo capaz, sin embargo, de continuar la tradición, y también fracasó en seguir un camino habitual de los jóvenes de su condición: la carrera eclesiástica.

Darwin encontró la oportunidad de satisfacer su vocación como naturalista cuando se incorporó a la expedición del barco Beagle, que tenía encomendada una misión científica por los mares australes. El viaje, que entre 1831 y 1836 supuso una vuelta al mundo, permitió Darwin acceder a un montón de fenómenos geológicos y biológicos que cambiaron su perspectiva sobre el funcionamiento del mundo y de la vida. Una vez volvió a su país, Darwin se casó con su prima Emma Wedgwood, al tiempo que fue construyendo una familia, fue forjándose un prestigio como científico gracias a los estudios sobre los materiales recogidos en la expedición y para otros trabajos de investigación. La aportación que más fama le acabaría por dar, sin embargo, seguía siendo madurada en silencio.

Darwin alcanzó una fama inmensa raíz la publicación del Origen. Su actividad, sin embargo, continuó, y escribió numerosos libros científicos durante las siguientes dos décadas. Una de las cuestiones más controvertidas que trató Darwin en aquellos años fue la del propio origen y evolución de los humanos, porque la propuesta darwinista podía verse como una negación de todos los rasgos distintivos con que el pensamiento occidental había adornado la humanidad para distinguirla de los animales. Esto no hizo sino acentuar el aspecto simbólico de la figura de Darwin.

La posición de la Iglesia fue cauta con respecto a la Teoría de la Evolución (la única condena fue en 1860 en un Concilio de obispos alemanes). Pío IX no realizó una condena explícita a la evolución ni en la Quanta cura ni en el Syllabus. La Comisión Bíblica en 1909 sostuvo que no se ha de buscar rigor científico en el Libro del Génesis en cuanto a la creación del mundo.

La Iglesia advirtió y sancionó sólo a unos pocos eclesiásticos que adhirieron a la Teoría de la Evolución: el dominico Marie-Dalmace Leroy, el sacerdote americano John Augustine Zahm, el sacerdote italiano Raffaello Caverni, el obispo italiano Geremia Bonomelli y el obispo John Hedley. El biólogo británico George Jackson Mivart fue excomulgado por la Iglesia pero esto no tuvo nada que ver por su adherencia al evolucionismo.

La encíclica Humani generis deja en claro que la Iglesia no se opone a la búsqueda del origen del cuerpo humano por el evolucionismo, (oponerse que a partir de este se intente explicar el origen del alma humana). El mismo documento se opone al poligenismo, es decir, cuando se pretende sostener que la humanidad surgió no de una sola pareja macho y hembra, sino de una multiplicidad de ellas. Igualmente el papa Juan Pablo II, recordando la Humani generis, retomaría ese tema ante la Academia Pontificia de ciencias, en un mensaje en octubre de 1996, manifestando lo siguiente: ‘hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis’.

Hoy por hoy, según la teología, aunque los puntos de vista de la Revelación y la Evolución se hallaren en planos distintos, no pueden permanecer en conflicto, pues la verdad religiosa no se opone a la verdad científica. 

17 August 2021
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